Kamereonpots lo formamos Nuria y Tony.
Kamereonpots es una pasión absorbente, tardía pero plena, que nos ocupa el cien por cien del tiempo.
Ambos estudiamos Bellas Artes en la Complutense de Madrid hace más años de lo que nos gusta recordar. Creo que este antecedente se nota en nuestra cerámica, hasta el punto de que la inmensa mayoría de nuestras piezas incorporan el color como elemento indispensable, ya sea con el uso de esmaltes o de óxidos colorantes.
La cerámica entró en nuestras vidas de una manera muy lógica. Tras descubrir el arte del bonsái me trastorné como cualquier aficionado que es atrapado por esta bendita locura.
Empecé a atesorar árboles de todas las especies a mi alcance, semillas, plantones, arbolitos de vivero y algún que otro prebonsai adquirido en tiendas especializadas. Quería conocer todas las técnicas, practicar todos los procedimientos que inundan internet. Pronto tenía a mi cargo una ingente cantidad de árboles necesitados de zapatos (muchos de ellos pagaron mi exceso de fogosidad, pobres…). Al principio me bastaban las macetas chinas, asequibles y suficientemente bonitas, pero pronto necesité algo más. Probé lo más accesible, el cemento, pero los resultados eran tan prácticos como horrendos. Hace ya unos años, un buen amigo y mecenas, al que siempre estaré agradecido por su comentario y su mecenazgo, me dijo mientras trasplantábamos un junípero: “¿Y por qué no las hacéis de cerámica?”
Y aquí estamos, tiempo después, en el barro.
El barro es un material increíble para un artista. El proceso de creación de cualquier pieza es tan absorbente de principio a fin que resulta hipnótico. Mi profesor de cerámica en los inicios, Jaime Barrutia, decía que pudiendo hacer cerámica quién necesita un psicólogo. Es cierto, el barro precisa de la máxima concentración y equilibrio. Percibe tu estado de ánimo, te lo echa en cara si no es el adecuado, pero es amable y te permite revertir equivocaciones y deslices.
Por suerte todavía no atisbo donde está su límite.
El barro no sólo es forma, también es color. Desde el propio de la pasta elegida, al lienzo en el que se convierte la pieza tras una primera cocción. Pero el color en cerámica no sigue exactamente los mismos parámetros que aprendimos con la pintura. En el barro hay un elemento que lo cambia todo: el fuego. El fuego es capaz de convertir un negro en verde, un
beige en rojo, un azul en púrpura. La elaboración de esmaltes es una parte fascinante del proceso cerámico. Os lo dice un estudiante de letras puras que se pasa semanas elaborando fórmulas (muchas de ellas por pura intuición) y esperando a abrir el horno como un niño espera a abrir sus regalos.
Nuria y yo somos muy diferentes. Creo que eso suma. Yo tengo un pintor expresionista dentro, animándome siempre a solucionar con un gesto, con un trazo o una mancha de color. Nuria es más analítica, precisa, virtuosa si se quiere. Es capaz de emplear mucho tiempo pintando una trama complejísima en una pequeña maceta con un pincel de apenas tres pelos y rematar la pieza con un paisaje precioso que está en su cabeza dando vueltas varios días.
El resultado son piezas muy dispares. Eso me lleva a hablar de nuestras macetas y su relación con los árboles.
“Sí, es una maceta muy bonita pero, ¿qué árbol pongo aquí?”. A menudo nos hacen esta pregunta en las ferias y convenciones a las que solemos asistir. Yo siempre respondo lo mismo: “Un árbol bonito”. Parece una obviedad.
A muchos aficionados al bonsái todavía les cuesta imaginar una composición que se aleje de las normas más básicas. Para las coníferas deben usarse macetas sin esmaltar; de acuerdo, el resultado final estará equilibrado y resaltará la importancia del árbol como es debido. Sin embargo la composición de kengai más hermosa que he visto era la formada por un impresionante junípero en cascada, cargado de movimiento, lleno de madera muerta (shari) y jins y una estructura de ramas perfectamente caótica que descansaba sobre una maceta altísima de líneas rectas que, si bien en su base carecía de esmaltado, ascendía hasta su labio añadiendo gradualmente color. Un esmalte azul oscuro vibrante y no poco brillante. Recuerdo que el ceramista era europeo, holandés para más señas, aunque me perdonaréis que no recuerde su nombre.
A pesar de lo que pueda parecer no había conflicto entre la cerámica y el árbol, tal era el poderío y la contundencia de ambas partes que el resultado sorprendía por su equilibrio.
No me entendáis mal, me parece que las normas en cualquier disciplina artística, y el bonsái lo es como cualquier otra, son absolutamente básicas para asimilar la disciplina necesaria para comprenderla y aspirar a dominarla. Pero lo que hace diferente al arte es su particularidad, la aportación propia del artista, ya sea diseñando y dando forma a un árbol o a una pieza cerámica.
Aunque el origen del bonsái esté en China, según unos, o en Japón, según otros, la realidad es que ya es una disciplina artística global. Hay bonsaístas increíbles en todas las partes del mundo y, muy probablemente, muchos de ellos no se han formado en múltiples viajes al extremo Oriente. Esto también sucede con los ceramistas. En cada parte del globo los artistas que se dedican a la cerámica del bonsái no pueden evitar plasmar en su trabajo su propio acervo, sus propias influencias culturales, sus particularidades.
Un ejemplo: Recuerdo que mostrando a Óscar (Laos Garden) nuestras macetas de colección le sorprendió el uso del color negro, no sólo para las tramas sino para los propios dibujos. Es cierto, en macetas decoradas no es muy común, tienden a ser muy policromadas y a emplear grandes masas de otros colores. Para nosotros es natural, somos españoles y el negro es posiblemente el color más recurrente en nuestra historia. La inspiración, el punto de partida es el arte Japonés, pero es inevitable que el resultado final esté impregnado de influencias propias.
Todas nuestras macetas son diferentes, únicas. No empleamos moldes para hacerlas. En principio partimos de una pella de barro con pocas certezas, si acaso su tamaño y forma más básica. El resultado final es parte de ése planteamiento, que todas sean diferentes. Es por ello que nuestra capacidad de producción es limitada, no comparable con otros procesos de fabricación más industrializados. Creo que todos los árboles también son diferentes. Eso hace más divertido el encontrar la maceta adecuada para cada árbol. Y ese es nuestro fin último, que todas las composiciones resulten especiales para sus dueños.
Volviendo a la pregunta “¿Qué árbol pongo aquí?”
Pues cualquier árbol bonito que te haga perder unos minutos de contemplación mientras te tomas un buen café.